Podría contaros de cómo, en un momento muy confuso de mi vida, en el que tras tantos cambios repentinos me sentía perdida y sola,
las respuestas a mis preguntas llegaron en forma de coral de mujeres, pero estoy casi segura de que no me ha pasado solo a mí.
Podría explicaros la experiencia de descubrir que tenía muchas barreras personales que desmontar, piedra a piedra, pero es un trabajo que sigo haciendo cada día y en el fondo creo que no tiene nada de especial.
Podría hablaros de la felicidad que me provoca cantar y del descubrimiento de la diversión que se anida en el cantar por cantar; podría jurar que es terapéutico.
Y, si se hace en un círculo de mujeres, junto a mujeres potentes, amorosas, sabias y sensibles, es nada menos que mágico, pero hasta que no lo pruebas por ti misma, no lo puedes saber.
Sin embargo, sí me gustaría hablar de la sensación que tuve desde aquellos primerísimos ensayos en Can Travi: la de una niña pequeña delante de un árbol de Navidad lleno de regalos. Todas mis nuevas compañeras me parecían paquetitos maravillosos envueltos en papeles de colores brillantes que tenía tantas ganas de abrir y descubrir poco a poco.
Al principio, Alicia nos pidió que nos presentásemos a través de la historia de nuestra voz y no como se suele hacer convencionalmente para decir lo de siempre
"nombre, profesión, edad, etc"; así que nos conocimos en un plano mucho más auténtico.
Es una sensación que me acompaña desde enonces, porque para mí, mis Coralinas no sólo son compañeras de viaje, espejos, sabias maestras: ¡son REGALOS de la vida!
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